«Se trata -lo dice Gabriela Oneto- de recuperar el lado fértil, profundo, de la mirada de Perséfone». Se trata, sí, de haber sobrevivido a cualquier tipo de infierno y haber sacado una enseñanza, personal pero compartible. Se trata de asumir la experiencia, de comer el grano de la granada ofrecida por Hades, para permitir el crecimiento del fruto. De un fruto. Cualquiera. Un fruto nutricio; dulce o acerbo, pero nutricio.
Los nueve relatos que componen este libro, la mirada de perséfone, esconden un grano, una semilla, que a veces germina años después, pasando por encima del infortunio, y que otras veces es en sí misma el tema del relato. Hay algo de latente en cada página, un misterio o un deseo que está esperando su revelación, su parusía, y que adivinamos en un vientre preñado, una arqueta cerrada, un sueño premonitorio, un tronco ambarino de cedro o una vieja maleta cerrada.
Poesía, historia y ética vital se entrecruzan en estas páginas. Cada relato es una pequeña obra de orfebrería relojera, con los engranajes precisos, pero que cuentan también con el baño de metal precioso de lo poético. Con el pulso firme de quien sabe trazar historias, hallar el tono de las conversaciones en diferentes épocas y dibujar personajes con apenas unos trazos, pero también con el aliento poético de quien ama la palabra y sus complejidades, la autora nos adentra en el infierno de cada uno de sus personajes, pero sin olvidar nunca el lado fértil de la mirada de Perséfone.