Fue la abuela la que me enseñó a escuchar el canto de las aves. Sus ojos me enseñaron a contemplar esos pequeños pájaros y a observar aquello que los hacía tan especiales. Juntas escuchábamos al mirlo cantar entre los murmullos de la ciudad que se despertaba, intentado adivinar dónde se encontraba. La abuela era mi mejor maestra: me enseñaba todos los secretos de la naturaleza, la magia de las flores, el aliento de las monarcas… Por eso, aunque ella ya no esté, vivirá en mí a través del canto de la naturaleza.