Siempre he pensado, comenta el autor, que la mayoría de las composiciones del Romancero Viejo e incluso Nuevo están basadas en hechos reales, al fin y al cabo en una época en la que no existía Internet ni whatsapp, los romances eran los lentos noticieros que traían y llevaban esas historias que a todos nos apetece escuchar: héroes que combaten sin miedo, amores contrariados o venganzas truculentas. Es verdad, sí, que los primeros fueron fragmentos de cantares de gesta, pero luego la temática se amplió y se pueden encontrar tanto épicos como líricos y novelescos, por no seguir más, pero todos tienen en común un poso de verdad; no en vano la literatura española, a diferencia de la francesa e inglesa, es sobre todo realista; la narración de eso que Unamuno llamaría intrahistoria; un espejo cóncavo, convexo o liso. Es lo que he intentado al husmear en los periódicos y noticiarios de España, Argentina o México: seleccionar las noticias que me conmovían para luego convertirlas en romances. Para ello, hurgaba en las hemerotecas y la Red, y llamaba a los hospitales, comisarías y juzgados del sitio donde se habían producido; me presentaba como escritor, hacía mil preguntas e intentaba reconstruirlas. Naturalmente, no siempre era comprendido y me han llamado “pinche juntaletras”, “gallego boludo” o “gacetillero huevón”, pero al final conseguía acercarme a lo que había detrás. Llegaba, entonces, la segunda parte: buscar el tono, la persona y el enfoque; convertir aquellos ladrones, sicarios, traficantes y prostitutas en versos; hurtar el carácter periodístico para convertirlo en literario; poner en octosílabos prietos y asonantes, unas vidas empapadas en droga, sangre y persecución. Eso era lo más difícil; lo que no sé si he sabido hacer...